Todavía no entendía por qué no se movia.
No era desagradable, en cuestión. Veía a las personas pasar y algunas educadas le saludaban con un seco "buenas noches", no les respondía, pero les dirigia unas miradas que valían más que mil palabras.
Los humanos, como los conocía podían ser malos, pero también existian buenas personas que vivían para ayudar al projimo. A diferencia de muchos de sus hermanos - no eran la mayoría, pero se contaba un grupo - todavía guardaba fe en las creaciones de su padre.
Anael sintio el viento estrellarse contra su cara, causando que sus cabellos se alborotaran en diferentes direcciones.