Uno, dos, tres. El manto de la noche ocultó un suspiro.
Iba contando sus pasos, estúpidamente, si es que se lo preguntaban. No tenía en cuenta en donde estaba: eso le importaba muy poco.
¿Acaso, esto que respiraba, era la libertad?
No olía muy bien – considerando los carros y el humo – pero si que se sentía. Cientos y cientos de siglos encerrado, encadenado… no era una muy bonita forma de pasar el tiempo.
Repentinamente, saltó del puente por el que caminaba, cayó hacia un lugar desolado, entre el pasto casi lejos de la civilización.
Se paso la mano por la cabeza, el pobre bastardo al que poseía estaba muerto, ¿Cuántos metros había caído? ¿Unos 50, quizás?
Por lo que veía, las cosas habían cambiado mucho, tenía que reconocer. El mundo había evolucionado, pero la raza de criaturas que la habitaban eran débiles, tan débiles que ni siquiera resistirían el primer ataque.
Les daba asco, de entre todos suponía que solo un cuarto de la población valía verdaderamente la pena, hablando en cuestión de poder.
Cerró los ojos momentáneamente, mentalizando menudas trivialidades que pensaba. No podía estar caminando sin sentido, con Azazel muerto – oh sí, Samael sabía, notó perfectamente su luz extinguirse justo cuando salio… que caso lamentable. – el ejercito de demonios que ojos amarillos liberó, lograrían dispersarse, harían lo que se les antojara, sin nadie que les de ordenes.
Para eso, un nuevo líder tenia que alzarse: el elegido, el niño rey, Sam Winchester.
Claro, eso solo era el decir de Azazel.
Samael, ni nadie se arrodillarían ante un humano. El protector del muchacho estaba muerto, no tenía pies de razón.
Retomaría el camino de Azazel, pero haría mejoras con sus planes: poner a un humano como líder despertaría una guerra. Demonios contra demonios, y sinceramente, lo último que deseaba en estos momentos era destripar a los rebeldes.
Ahora lo que realmente debía preocuparle, era encontrar a un par de demonios que sabia que necesitarían su ayuda, tenía contandos a todos los que salieron.
De un momento a otro, rodó sus ojos, y estos se volvieron completamente blancos.
Sonrió, travieso.